tan etérea como la brisa que me llama
I
una algarabía de gaviotas tiñe el aire apacible de la tarde.
un noble velero se acerca
dejando pequeñas olas abandonadas
en su lento camino hacia el dilapidado muelle,
donde mis pies blandos
tantean viejas tablas curtidas por la sal.
II
el mar me toma de mis tobillos,
me agarra por la cintura,
se aferra a mi pecho agitado
sujetando mi entrecortada respiración.
un leve golpe de euforia,
de leve presentimiento
sosiega las dudas rezagadas,
revive los desilusionados anhelos,
como un marinero en tierra
que siente de nuevo entre sus huesos
las olas que apaciguan sus desvelos.
III
en la proa,
un curtido capitán
observa el amarre de cabos y sogas
a los burdos pilones desgastados por el tiempo.
en su boca se dibuja una leve sonrisa de labios secos,
de zorro de mar liberado de sirenas,
de ánforas rescatadas de un naufragio,
de audaz explorador de mil océanos.
IV
escuálido,
tan pulcro
como la brisa que le despeina su barba blanca,
tan etéreo
como el blanco tejido del hábito que lo envuelve,
tan persistente
como el cuero de las sandalias que trae del desierto,
espera atento
el lento embarque de nóveles navegantes.
V
me embarco.
atrás se van quedando las incertidumbres,
los miedos,
incluso el tiempo pasado
y éste presente que escasamente entiendo;
se quedan las reprimidas tristezas,
la insatisfacción de mi deambular,
la reiterada verdad de mi limitante existencia.
VI
muy pocos se darán cuenta que he partido.
no notarán la inundante transparencia de mi figura carnal,
ni el espacio creciente que voy dejando entre mis palabras,
no notarán el vacío que el silencio reproduce
cuando sutilmente,
una vez más,
desaparezco.