
poemas de la infancia
En este cuarto episodio del podcast La Poesía en la Vida Diaria, exploramos los poemas de la infancia, aquellos que recordamos toda la vida…
Hoy quiero hablarte de Poemas de la Infancia, no poemas infantiles, no, y va verás porqué. Yo creo que no hay una poesía diaria que sea tan común a tantas personas de este planeta cómo las oraciones o plegarias que cada religión tiene y que se han venido enseñando a través de tantos años tantos siglos, tantas lenguas. Poemas compuestos por poetas, por religiosos, que por su mensaje o su sencillez, fueron volviéndose populares y fueron enseñados a los niños y aprendidos, incluso sin saber en ese momento el verdadero sentido del poema. Todas las religiones tienen sus oraciones, esos poemas que han trascendido para perpetuar creencias y enseñanzas, acompañar ritos y ceremonias.
Cómo me crie dentro de la religión católica y esa es la herencia qué mi madre me transmitió, voy a contarles de estos poemas que me han acompañado desde la infancia. Hablar de religión es muchas veces disociador, pero te aseguro que no te compartiré mis recuerdos con un fin proselitista no. Te lo comparto como una vivencia mía solamente.
No recuerdo cuál fue el primer poema religioso, cual fue la primera oración que aprendí, que mi madre me enseñó. Pero es casi seguro que tiene que haber sido el Ángel de mi Guarda, esa oración tan sencilla con que mi madre nos hacía terminar el día:
Ángel de mi guarda
mi dulce compañía
no me desampares
ni de noche ni de día
hasta qué me pongas en paz y alegría
con todos los Santos
Jesús y María
Recuerdo a mi madre sentada al lado de mi cama antes de apagar la luz haciéndonos recitar. No recuerdo bien si nos hacía arrodillar al lado de la cama a rezarlo, eso no me acuerdo bien. Lo que si recuerdo, no son solo los versos, pero aún más la paz, la armonía y la tranquilidad que ese momento, con ella al lado de mi cama, con las palabras dulces de esta oración, me hacían sentir. Todavía hoy en día la paz y armonía de ese momento antes de dormirme, me llega, me transporta; todavía me trae serenidad, calma, equilibrio. Energías que se me alinean antes de entregarme al sueño.
Compartí muchos años el cuarto con mi hermana mayor, yo en la cuna y ella, sentada en el suelo, de sólo un año mayor, haciéndose que me leía un cuento cuando ni siquiera sabía aún leer. Pero imaginación nunca le ha faltado. Si tengo el recuerdo de que recitabamos juntos el Ángel de mi Guarda. ¿Será que ella lo recuerda?
Unos años más tarde debe de haber llegado el padre nuestro. Creo que llego a mí primero en francés, que era como mi madre se lo sabía, porque a veces se me mezcla el poema en mi mente en los dos idiomas, como me acaba de pasar.
Padre nuestro que estás en los cielos
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad
así en la tierra como en el cielo,
danos el pan de cada día
y perdónanos nuestras deudas
así como nosotros perdonamos a nuestros deudores,
y no nos dejes caer en la tentación,
mas líbranos del mal, Amén.
Notre Père
qui es aux cieux,
que ton nom soit sanctifié,
que ton règne vienne,
que ta volonté soit faite,
sur la terre comme au ciel.
Donne-nous aujourd’hui notre pain de ce jour,
pardonne-nous nos offenses,
comme nous pardonnons aussi
à ceux qui nous ont offensés
et ne nous laisse pas entrer en tentation,
mais délivre-nous du mal.
Amen.
El padre nuestro me recuerda la iglesia que por un tiempo de paz y concordia familiar visitábamos los domingos con mi papá, mi mamá y mi hermana. Fue en Cali, Colombia, tendría yo 7 u 8 años y era una iglesia en el barrio del Centenario, la Iglesia del Colegio Berchmans, un colegio de muchachos ricos de Cali, en ese entonces, que se abría al público.
Allí, aparte de hacer el esfuerzo por mantenerme quieto durante casi una hora y seguir las instrucciones de mi mamá: arrodíllese, párese, siéntese, no se mueva tanto, no moleste a Titina; la gran distracción era el misal de mi madre que recuerdo muy bien. Era pequeño, gordo, usado, trajinado, antiguo. Lo recuerdo en mis manos con su pasta de cuero café claro y muy delicadas hojas, muy finas, que había que voltear on cuidado. Allí estaban las oraciones, las lecturas de los días, el Evangelio… pero no recuerdo porqué mi mamá lo llevaba a la misa si estaba todo en francés. Bueno, en ese momento casi toda la misa era en latín! ¡Cuántos siglos se tardó la iglesia católica en dejar que la misa se diera en un idioma que la gente entendiera! Claro que recuerdo algo como “el cum espíritu tuo” y el “Kyrie eleison, Kristi eleison” – que admito que acabo de buscar en Google y encontré que es el “Señor ten piedad, Cristo ten piedad”.
Lo mejor del misal eran las estampitas que mi mamá había coleccionado, creo que por muchos años, de pronto ese misal vino con ella de Francia, entre trenes y barcos cuando sola cruzó el Atlántico a los 14 años para llegar a Guatemala. Pero eso es otra historia que alguna vez contaré. El misal tenía historia. Y la historia la tenía en las decenas de estampitas que si uno era muy cuidadoso con las débiles páginas, estas aparecían y te llenaban los ojos de colores, eran estampas de primeras comuniones, de oraciones, regalos de personas que con bellísima caligrafía escribían “Pour Marie Louise”, “ta copine qui t’adore”, eran obras de arte religioso, vírgenes, ángeles entre los cuales yo buscaba, o escogía mejor dicho, mi angelito de la guarda… y de vez en cuando alguna flor disecada aparecía, descolorida pero todavía olorosa…. ¿De qué campos venían estos pétalos aprisionados que ponían mi imaginación a volar? Sólo los coros de la misa me sacaban de las páginas del misal. Oírlos cantar me llegaba al alma, se me pegaban en la piel, me subían por el cuello, erizándome… sin yo poderlo evitar. Las voces jugando melodías entre ellas, los altos, los bajos, me emocionaban.
Era tanta las ganas de cantar que quise ser parte del coro del colegio. Varias veces lo intenté a principio del año cuando llamaban a los que querían ser parte del coro y muy tímido y apenado hacía la fila y me sentaba en las bancas soñando que esta vez lo lograría. Nunca pasé de la segunda o tercera clase. Creo que al cuarto intento desistí. El Sr. Solari, director del coro, rápidamente, con oído clínico, determinaba que había una voz disonante y descubría en el montón que el culpable era yo. Sin miramientos y directo al grano decía. Tú, ¿cómo te llamas? Tú no puedes estar en el coro, eres muy desafinado. No valió la pena seguir intentando… el Profesor Solari tenía muy buen oído. O yo muy mala voz. Los dos seguramente. Pero seguí enamorado de los coros, de las voces cantando al unísono…
Recuerdo muy bien mi primera comunión pues fue algo muy significativo. Si no eres católico te comento que como la mayoría de las religiones que tienen hay ritos de pasaje, como el judaísmo tiene los bat mitzvah para niñas y bar mitzvah para niños, el Cristianismo tiene el bautizo, el islamismo tiene muy pocos y varían de lugar a lugar, pero está el bismillah, en la que un niño recita los primeros versos del Corán, o el primer ayuno del ramadán, después de los diez años de edad. La primera comunión es cuando un niño recibe por primera vez la hostia, que simboliza el pan de la última cena, pero también el cuerpo de Cristo. Si le dejan beber el vino, esa sería la sangre de Cristo. Suficiente explicación creo.
Y claro te preparan. Y a mi de seguro me prepararon muy bien porque estaba muy inspirado ese día en que hice la primera comunión con mis compañeros de colegio, algunos que todavía sigo viendo 50 años después. No porque hicimos la primera comunión juntos. Porque desde que nos pusieron juntos en un salón, la vida nos fue sintonizando el alma, el corazón… y la mente también de cierta forma. Algo de indoctrinación digamos que hemos sabido llevar bien por la vida. Incluso en las fotos de la primera comunión y les comparto una en el blog, me veo muy inspirado, muy en comunión con mi alma… Tal vez muy compenetrado con el mensaje de la religión católica en ese momento.
Como muchos de nuestra época, la posición anquilosada y conservadora de la Iglesia frente a todos los movimientos sociales de los sesenta y setenta en Latinoamérica, como lo han estado en casi todo cambio histórico por dos siglos, me hicieron sentir muy distanciado de esa Iglesia retrógrada. En esos momentos no podía distinguir lo que la Iglesia, creación del hombre, y la religión despegada de la Iglesia que la representaba, podía ser y me aleje de cualquier rito religioso por décadas. Si cumplí mi función de padre, a en los Estados Unidos, en llevar mis hijos a la iglesia. No era tanto un problema espiritual, era un problema de identidad cultural. A los inmigrantes hispanos nos une la religión, sean católicos o cristianos. Todos los migrantes del mundo buscan esos apoyos de identidad cultural para no perderse entre la sociedad excluyentes donde se encuentran. Como familia hispana fue necesario en ese momento para nuestros hijos acercarlos a la religión católica. Por lo menos en ese momento de su formación.
Quiero volver a mi Ángel de la Guarda, que según personas que me quieren dicen que “trabaja horas extras” porque lo he tenido muy cerca toda mi vida rescatándome en muchos momentos de calamidades cercanas, unas pequeñas, otras más grandes. Dentro de mí, en las noches antes de dormirme, siempre hago una introspección, que creo que debe venir desde el Ángel de la Guardia y mi madre sentada a mi lado dándome paz. Siempre hago lo posible por dormirme tranquilo y dormirme feliz y aun en los momentos más duros de mi vida, al final del día, en ese momento en la cama cuando cierro los ojos y me distensiono poco a poco, trato de pensar en las cosas buenas que han pasado en el día. Ese es mi momento de entregarme al sueño en paz, donde esté, como esté, sea mi cama plácida o no, un saco de dormir, un camarote en un albergue, es mi momento de paz.
Y es el momento de agradecer. De sentirme agradecido por todo lo que tengo. Le agradezco al universo, algunas veces soy más personal y le dijo gracias a Dios. Un Dios de luz. Es el momento de la convicción que de todo lo que me pueda estar pasando, podría ser peor y que mañana va a ser mejor, mañana voy a ser mejor. Incluso si me siento tensionado, sonrío. Con los ojos cerrados, entregándome a la noche… sonrío. Y agradeciendo comienzo a pensar en las cosas lindas por las cuales estoy agradecido y dejo que mi imaginación me lleve a muchos bellos momentos. Y me duermo.
Al final, ese Ángel de mi Guarda y el momento de introspección se va volviendo, con el tiempo y la práctica, en una filosofía de vida. Cuando algo duro o muy fuerte me ha sucedido o me está sucediendo, he tenido la convicción de que “no hay mal que por bien no venga” y que eso que me está pasando es una lección, un aprendizaje, una señal, algo que me empuja a pensar que algo debo cambiar, que de alguna forma u otra para que eso no vuelva a suceder, algo debe cambiar. Y lo llevó a la práctica pensando que, si cometo un error una vez, está bien, pero cometer el mismo error dos veces ya es muestra de que no puse atención y no me importa el error… y si lo cometo una tercera vez es que no tengo remedio y debo detenerme.
Tengo el recuerdo de otro poema que está asociado a la señora Eva, una viejita que vivía en el barrio Santa Rita en Cali donde pase los primeros años de mi infancia. En esa cuadra de la transversal dónde en un momento en la noche podría haber más de 50 niños jugando en la calle, corriendo de un lado a otro, escondiéndose y encontrándose, mientras los padres salían a la puerta a charlar con los vecinos, cuidando con el rabo del ojo a la muchachada. Recuerdos de barrio que me alegra haber vivido. Doña Eva era la única persona mayor que yo recuerdo y era muy tierna, muy querida y alguna familiaridad debería tener con mi padrino Manuel Osorio, el “Mono”. Doña Eva también se sentaba a la entrada en su antejardín y nos dejaba entrar y todos teníamos que pasar algún momento a saludarla y ya cuando era más noche y ella se había retirado y nos escondíamos en su antejardín, me recuerdo tener mucho cuidado con sus matas que ella atendía con esmero y quería mucho. La señora Eva me regaló una estampita de San Francisco de Asís y me leyó el bello poema qué escribiera San Francisco.
A los 9 años cuando viaje por primera vez solo, la estampita de San Francisco me acompañó y aunque no sé qué se hizo esa estampita, 30 o 40 años después fui a Asís en Italia, ese pueblito tan espectacular donde quisiera un día volver y hacer la romería de Asís a Roma. Allí, en Asís, recordé a Doña Eva, sentada en su antejardín, compré una estampita y juntos, la Sra. Eva y yo, recitamos el poema de San Francisco.
Señor, hazme un instrumento de paz,
que donde haya odio, siembre amor,
donde haya injurias, perdón,
donde haya dudas, fe,
donde haya desesperación, esperanza,
donde haya sombras, luz,
donde haya tristeza, alegría.
Haz que yo no busque ser consolado, si no consolar,
comprendido si no comprender,
amado si no amar.
Porque dando, es como recibo
perdonando, es como tú me perdonas
y muriendo en ti, nazco para la vida eterna.
Elsa Tortonda, de 16 años, una joven de Badajoz en España cantó el 2019 esta versión del Padre Nuestro, la oración cantada por Diana Navarro en el estilo popular andaluz conocido como “campanilleros” en el que actualizó la versión clásica de La Niña de la Puebla, Dolores Jiménez Alcántara una de las más famosas cantantes de flamenco que falleciera en 1999 a los 91 años.
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