Nelson Rodríguez Cerón
Nelson Rodríguez Cerón, que escribe bajo el seudónimo de NEROCE, es sobrino del poeta y clérigo Fray Teófilo María Gamboa, que reseñamos en la primera parte de esta obra. Los recuerdos de su tío transportan a Nelson a un Cali de los años treinta del siglo pasado, cuando Nelson acompañaba a su tía Mercedes a las visitas que muy temprano en la mañana realizaba Fray Teófilo a los enfermos del barrio de San Antonio y los barrios cercanos al Convento de San Francisco, en el centro de Cali, donde Fray Teófilo vivía y practicaba fervientemente su devoción. La Cofradía del Santísimo salía de la Capilla de la Inmaculada, en el Convento, a llevarles el Santísimo Sacramento a los enfermos, dándoles espiritual aliento, y más de una vez Nelson acompañó la Santa procesión.
Su relación con tíos y tías marcaron su vida. Nelson había nacido en Santuario, Caldas, el 2 de diciembre de 1929. El más joven varón de la unión de Alfonso Rodríguez Gamboa y Matilde Cerón. Nelson pasó su infancia de un sitio a otro, ya que su padre trabajaba para la American Coffee Company, subsidiaria de la Great Atlantic and Pacific Tea Company. Esta empresa norteamericana había entrado al mercado local colombiano a instalar trilladoras de café y comprar directamente el grano a los productores, aprovechando la quiebra de los exportadores colombianos con la crisis de 1920. Su padre, Don Alfonso, era enviado por todo el eje cafetero, en el centro del país, a supervisar las operaciones de las trilladoras, y llevaba a su familia con él.
Esta vida errante de sus primeros años hizo que Nelson solo estudiara los tres primeros años de escuela, apenas suficiente para aprender a leer y escribir, pasiones que le han acompañado toda la vida.
La Gran Depresión impactó muy fuerte la exportación de café y la American Coffee fue cerrando operaciones. Alfonso, sin dinero, regresa a Cali con su familia a una pieza del barrio Obrero, que Nelson recuerda con afecto y nostalgia, a pesar de la pobreza en que se encontraban. A los pocos días de llegar su madre, en los últimos meses de embarazo, pierde el bebé y Nelson recuerda acompañar a su padre, desesperado, con el bebé en los brazos, buscando el dinero para darle cristiana sepultura: cinco pesos que el cura exigía.
Nelson crece en la calle, aprendiendo a sobrevivir, haciendo mandados de toda clase. Pasa temporadas en casas de familiares; su abuela, sus tíos, le tienden la mano a Alfredo y Matilde para aliviarles la carga de sus seis hijos: Luis Alfonso, Águeda, Luz María, Alicia, Elizabeth y Nelson. Un tiempo después la familia se retira a vivir en una pequeña parcela en Buchitolo, cerca de Candelaria, en el Valle. Nelson recuerda las madrugadas, cuando debía caminar al río Fraile a recoger el agua para las labores domésticas y las faenas de campo con las cuales la familia buscaba su sustento.
Nelson fue ganándose la vida con multitud de oficios que desempeñó con el paso del tiempo. Fue recepcionista nocturno de un hotel del centro de Cali donde los agentes viajeros pasaban la noche en sus recorridos de ventas y negocios. Luego se consiguió el carnet de agente viajero y se hizo vendedor. Tiempo después vendió muebles y electrodomésticos en un almacén del centro de la ciudad. Pero fue su tío Pedro quien le enseñó, como a otros sobrinos, la ocupación de plomero o fontanero, labor que primero realizó como ayudante y luego, a medida que se hacía más hábil, fue asumiendo de forma independiente.
Con una profesión que le ayudaba a sostenerse y colaborar con la familia, Nelson se fue independizando, probando los placeres de una vida bohemia y des complicada, llena de experiencias joviales que le dieron recuerdos que alegran el peso de sus años. Cómo no recordar con nostalgia las caminatas domingueras con sus primos y amigos, en que salían de Cali antes de despuntar el alba, a pie, a marcha forzada, pasando por el Mameyal, camino a Pichindé, donde los esperaba un río helado y enérgico. Luego de un chapuzón que solo el apoyo de un aguardiente lograba sobrellevar desayunaban en una casa campesina para seguir la marcha hacia Felidia, La Leonera, Las Nieves y llegar al Saladito a encontrarse con la carretera al mar. Una agua panela, un pan de bono, y siempre caminando bajaban la serpenteante carretera por donde subían con esfuerzo los camiones camino a Buenaventura, llegaban a La Portada cuando el sol, a sus espaldas, ya se había ocultado tras los Farallones.
La vida también le dio su cúmulo de lecciones, algunas fuertes, algunas dolorosas, que le fueron templando el carácter y asentando la cabeza. Deja el cigarrillo cuando una novia le dice tajantemente que primero lo dejaba a él antes que el maloliente humo del cigarrillo. Deja el aguardiente cuando una noche, borracho, casi despide a un amigo hacia el mundo de las sombras. Deja los romances nocturnos cuando defiende a una mujer atacada por los celos de un marido enceguecido y termina en el hospital con una herida de puñal que casi se le lleva la vida, y que se le llevó los pocos ahorros que tenía.
Nelson, enamorado, con el corazón en una mano, se casa con Yolanda Herrera y comienza a formar su hogar. Nace Nelson; luego Alicia. Adopta a una niña en una muestra de solidaridad humana frente a su triste orfandad; es Dora, a quien hace su hija. Luego vendría Maya… Pero la depresión posparto de Yolanda se le lleva el alma. Entre apoyar los primeros meses de vida de Maya y manejar el desequilibrio emocional de su esposa aparece frente a Nelson el sueño americano y decide arriesgarse y partir.
Consigue una visa y en Agosto de 1970 entra por la puerta grande y se dirige a la gran manzana. Indocumentado y con el puño cerrado encuentra trabajo y comienza a mandar los dólares que sostendrían por tantos y tantos años a su esposa y a sus hijos. Ve cómo otros de sus conciudadanos se meten en actividades que luego los llevarían a la muerte, la cárcel, la deportación. Nelson trabaja duro. Sus habilidades de plomero le dan buenos frutos; su constancia lo vuelve un empleado consagrado y fiel.
Con el sueño americano vienen las pesadillas. La soledad y la nostalgia le aprietan el corazón y Nelson comienza a escribir, cuando cansado y sin aliento regresa a su pieza a desvestir la noche. Los versos, que en el pasado solo eran pequeños acrósticos a sus novias y a las novias de sus amigos, se van volviendo poemas. Las palabras van fluyendo. De las entrañas familiares van apareciendo las metáforas, las rimas, y Nelson descubre que la soledad y él pueden convivir mientras la poesía exista.
Mi Cali, mi Cali hermoso,
mi tierra de no olvidar.
La tierra que yo de hinojos,
le entrego mi recordar.Con Aguedita, mi abuela,
y Jerónimo! Piedra angular,
raíces de roble duro
que nunca se han de olvidar.Confiando que un día en la tumba,
Sus huellas vuelva a encontrar,
y sepan que yo fui parte
de esa familia ejemplar.Que aunque la sangre se mezcle
y los rostros no sean igual,
La estirpe sigue incólume
y el ancestro se lleva igual.
Se niega a considerarse poeta. Su humildad lo encuentra siempre…
Yo no soy poeta, me canso yo de insistir,
ni soy aquel letrado, perfecto al escribir,
soy solo un hombre loco, que escribe con sentir,
un poco de misterio y mucho pa’ reír…Envuelto en las palabras, ideas que al venir
mi mente las rechaza, más vuelve a recibir…
mis manos las imprimen, las pule en la sinfín,
volviéndolas harinas cual polvo de maíz.Por eso digo a gritos, me canso de insistir,
Poeta! nunca he sido, no sé ni describir!
mas uso mis sentidos, pa’ en sueños concebir
ideas que de mi alma se aprestan a salir.
Ocho años más tarde, alentado por las noticias de la recuperación de su esposa, perseguido por la nostalgia, emprende el regreso a su patria. Decepción. Desesperanza. Yolanda no mejora, su mente divaga; en momentos solo las oraciones repetitivas al Señor le mantienen la mente ocupada. Las necesidades son demasiadas. El trabajo, esquivo. Decide regresarse.
Esta vez la entrada debe ser por la puerta trasera, y esta lo lleva por Panamá, Nassau y Bimini en las Bahamas, hasta Miami y luego a Nueva York.
Más y más hojas llenas de poemas se acumulan. Nelson consigue una grabadora y comienza a grabar sus poemas. De lejos vive el amor a su patria con intensidad y los poemas patrióticos van apareciendo. Poemas con rabia por la corrupción, rabia por la mezquindad de políticos egoístas e hipócritas, amor por su suelo, sus raíces, su familia, amor por la vida que Dios le ha dado. Cuando un hombre toca la puerta de la poesía y ésta le abre, hasta las penas y la lejanía se vuelven el fuego que intensifica el deseo de vivir y crear.
Otro regreso a Colombia en 1983 a velar por la salud de Alicia, su hija, que aquejada por una enfermedad poco a poco sucumbe. Pero es más útil en los Estados Unidos enviando una costosa droga para mantenerla con vida. De nuevo, Nelson regresa. Esta vez la puerta trasera es por México. Los senderos de vuelta lo llevan a cruzar el río Grande y por etapas y cambios de ruta logra de nuevo reclamar su puesto entre los migrantes. Su hermana Águeda, que él había ayudado a emigrar, lo espera en Nueva York.
Logra llevar a Alicia a los Estados Unidos para continuar el tratamiento, pero todos los esfuerzos son en vano.
Siguen acumulándose los años y ahora, ya retirado, viejo y algo cansado, con ochenta años que cumple en 2009, Nelson sigue recorriendo las calles de Elizabeth, New Jersey, donde vive, soñando en el momento que volverá a Cali de paseo a ver a su esposa y a su hijo Nelson y a sus nietos David y Nicolás; soñando el momento en que irá a Toronto, Canadá, a visitar a Maya y a su hija Valentina, y a Dora y su familia, recuerda cada uno de sus familiares, repasa fechas, nombres e historias.
Nelson, solitario, camina. En las noches escribe:
Cabizbajo y vencido,
va un anciano perdido,.
por el gris Nueva York.
De su alma un quejido
Como pájaro herido
reclamando un amor.Su raído vestido
tiene el brillo adherido …
de los bancos del parque
que lo han visto dormido,
con los ojos abiertos
implorando piedad.
Nota:
Esta reseña fue escrita por Hugo Cuevas-Mohr luego de una larga entrevista en la ciudad de Newark, New Jersey, el 22 de septiembre de 2009. Los poemas a continuación fueron escogidos entre los más de mil quinientos poemas escritos a máquina que Nelson posee y que accedió a compartir, alentado por ser parte de esta dinastía.
La Poesía de Neroce
Un Gamboa Peculiar
Hoy ya viejo y cansado, me detengo a pensar
cuánto tiempo ha pasado que no puedo olvidar,
vuelve todo a mi mente como el viento al pasar,
recordando a mi gente que no dejo de amar.
Pero impera… un recuerdo, que quisiera contar,
un recuerdo que adoro, sin poderlo evitar.
Es la estampa garbosa de aquel hombre sin par,
que llenara mi vida con su amor paternal.
Ay!… Alfonso Rodríguez! un Gamboa peculiar,
de raíces profundas, de un hogar ejemplar,
hombre pobre en denarios, pero rico al amar,
un Señor de principios, un padre integral.
En la Pila del Crespo fue de niño a jugar,
esa Pila… que muchos ni han oído mentar,
porque fue cuando el siglo ya quería terminar*
y empezaba el siguiente que hoy se quiere marchar.
El Peñón! La Tercera! San Antonio! soñad…
cuánta linda quimera viene a mí a Conciliar,
Seminario!… la Cuarta!… fue tan lindo jugar
en las aguas tranquilas de ese río singular…
Río que pasara tan cerca de la casa ancestral,
donde Alfonso viviera con su amada Mamá,
con hermanas y hermanos que supieron luchar,
con amor a la vida y dulzura genial!
A Romelia!… recuerdo…fue la luz del hogar,
su alegría la brindaba como madre filial,
y con ella.. Mercedes!…María Luisa!… Leonor!…
cuatro bellas mujeres…rebosantes de amor!…
Juan Bautista con Braulio! Miguel Ángel! Isaac!
Torbellinos de amor, hombres recios, sin par!
Hermanados en alma por su Dios tutelar,
que les dio los valores que no se han de olvidar.
¿Cómo puedo olvidarme aunque viejo ya estoy?
Esa casa mora en mi alma de ayer hasta hoy…
De Pedro… ¿Qué digo? ¿Y de Víctor? ni hablar,
eslabones de cadenas que se van a soldar!
¡Todos!…grandes señores nadie lo ha de negar,
que nos dieron su vida, cada cual sin igual,
conciencia en la lucha, sin jamás desmayar,
pero Alfonso, dinero, nunca llego a acariciar.
Ay! Alfonso Rodríguez! un Gamboa peculiar,
que murió sin rencores y sin mucho llorar.
Solo yo… contemplaba esa lucha final,
ese ejemplo de entrega que me supo enseñar.
Fue sencilla su alma, muy altivo su andar,
sin doblar la cabeza fue sincero al mirar.
Y murió!… como mueren los que saben amar,
calladito en su cama, sin a Dios protestar.
Yo lo amo de veras y lo voy a gritar,
este viejo…te quiere!, no lo olvides…papá!
No importa la muerte que nos llegó a separar…
soy tu hijo pequeño, que hoy ya viejo…se va!
El Calor que Brinda Cali
Siento un fuego que me abrasa
y me quema la razón,
mas no es fuego con tortura,
es amor del corazón!
Recordando aquí a mi Cali,
paraíso del Señor,
donde Cristo siempre cuida
mi terruño sin dolor.
Él bendice siempre a Cali,
da infinito al Valle amor,
la región que baña el Cauca,
bello río de esplendor.
Allí vive la esperanza!
es la Casa del Señor!
por eso él llama a Cali,
sucursal de su mansión!
Es por eso aquí tan lejos,
siento inmenso su calor,
el calor que brinda Cali,
mi ciudad multicolor!
Este sueño lo mantengo,
como fuego en mi razón,
aunque viejo por los años
sigue viva mi pasión!
Me figuro… en Centenario,
Chipichape… la Estación,
el Peñón… mi barrio Obrero,
Los Cristales …Ventarrón…
No exijan que la olvide,
es la amada de mi amor,
porque Cali es mi esperanza,
allí vive mi Señor…
Cómo olvido yo a mi Cali,
Oh! Decídmelo Señor!
si mi Cali esta incrustado,
en mitad del corazón!
Embriagado… con tu Amor!
Este año te dijera
tantas cosas de mi amor,
que hasta creo te repitiera
lo que sabes de mi amor.
¿Te recuerdas mi pequeña
el comienzo de nuestro amor,
siempre dulce, tan risueña,
yo tan joven soñador?
Comenzamos a mirarnos
con locura y tentación,
te juro que al besarnos
di las gracias al Señor!
Porque en ellos la respuesta
tú me dabas de tu amor
y sentí que te adoraba,
con todito el corazón.
Han pasado ya los años
y te juro corazón,
que ese tiempo lo he vivido
embriagado con tu amor.
Es por eso no hay palabras
ni sentido en mi razón,
pa’ decirte… ANlVERSARIO
sí es ayer, igual que hoy!
Ese tiempo no ha existido
pues contigo lo he vivido,
como un sueño sostenido,
sin llegar a despertar!
y otro año lo empezamos
bendecidos del Señor,
tú… mi amante consentida,
yo tu esposo soñador!
Ya no Llevas en el Pecho
Un suspiro, una caricia,
ya no da tu corazón;
ya no llevas en el pecho,
los latidos por mi amor.
Ya no hay brillo en tus miradas,
en tus ojos no hay pasión;
ya no das enamorada,
tus caricias con amor.
Es que vas así enojada
porque lejos hoy estoy
y no sientes los latidos
de mi amante corazón…
Que por ti sigue viviendo
y por ti se va muriendo,
como mueren los rosales
cuando sale ardiente el sol.
Un suspiro, una caricia,
ya no da tu corazón;
ya no llevas en el pecho
los latidos por mi amor.
Es el tiempo que ha secado
el rosal, tu amor en flor,
pero sigue vivo el cactus
del desierto, eterna flor.
Ese cactus que es mi alma
que ni el tiempo marchitó,
pero tú hoy me estás diciendo
que ese amor se terminó.
Me lo grita tu silencio,
ya tu olvido me llegó;
ya no llevas en el pecho
los latidos por mi amor.
Con Aires de Mameyal
Comprendo que ya estoy viejo…
mi tiempo se va acabar,
mas tengo clara la mente
y al mundo podré gritar.
Que somos una familia
con lazos de no olvidar,
pues siempre nos enseñaron
amores limpios brindar.
Por eso cuando me muera,
la antorcha quiero pasar
y siga mi hijo Nelson
la historia sin desmayar.
Con Maya formen un dueto
cantándole a la verdad,
que el nombre de mis abuelos,
en alto lo llevarán.
RODRIGUEZ GAMBOA mi viejo,
Cerón… que fue mi mamá,
recuerdo que son historia
con aires de Mameyal.
Mi Cali… mi Cali hermoso!
mi tierra de no olvidar,
la tierra que yo de hinojos,
le entrego mi recordar.
Con Aguedita… mi abuela,
y Jerónimo! Piedra angular!
Raíces de roble duro
que nunca se han de olvidar.
Confiando que un día en la tumba
sus huellas vuelva a encontrar
y sepan que yo fui parte
de esa familia ejemplar.
Que aunque la sangre se mezcle
y los rostros no sean igual,
la estirpe sigue incólume
y el ancestro se lleva igual.
Ese Anciano… Camina!
Cabizbajo y vencido
va un anciano perdido
por el gris Nueva York.
De su alma un quejido
como pájaro herido
reclamando un amor.
Su raído vestido
tiene el brillo adherido
de los bancos del parque
que lo han visto dormido,
con los ojos abiertos
implorando piedad!
La mirada sin brillo
que reclama un querer,
por el tiempo apagada
ya no puede encender.
Con temblor en sus manos
que no tienen calor
hacia el cielo se alzan
implorando al Señor…
Un poquito de ayuda
que le calme el dolor,
sin parientes ni amigos,
sin esposa de amor.
Se alejaron los hijos
que le diera el Creador,
cabizbajo y vencido
va llorando en dolor.
Con silencio en el alma
clama a Dios compasión
él que fuera… tan hombre,
ya perdió la ilusión!
Del orgullo pasado
ni una sombra quedó,
ese anciano camina
por el gris Nueva York.
Sin hallar el consuelo
que le calme el dolor,
de encontrarse perdido
sin un poco de amor.