La Poesía de Octavio Gamboa
Con el Silencio estoy en Armonía
Estoy en armonía con la rosa,
con el ímpetu rojo de la vida,
con el futuro que se me revela
palpitando en estrellas y semillas.
Estoy en armonía con el agua,
con la enterrada y la recién nacida,
con la que baja del cielo cuando llueve
y en el río se vuelve poesía.
Estoy en armonía con el viento,
con su clara palabra fugitiva
dicha al pasar, como una vieja copla
que encierra toda la sabiduría.
Con el mar, con la tierra, con el cielo.
Con el silencio estoy en armonía.
Atardecer
La batalla que el tiempo nos gana cada día
la comprobamos al atardecer
cuando el viento nos dice con su suave melodía
que muchas hojas muertas lloraron al caer.
Entonces nos invade honda melancolía
que diluye el recuerdo de un rostro de mujer
y la primera estrella, como la poesía
otra vez ilumina lo que quisimos ser.
La batalla que el tiempo nos gana cada día
Comienza al despertar, con el amanecer,
y termina en la orilla de la noche sombría.
Una campana dice que no hay nada después.
Hay un combate rudo perdido en cada instante.
La rosa nos repite que morirá también.
Todo lo que el silencio agrega al caminante
lo comprobamos al atardecer.
Canciones de Amor
I
Ya para mí no son las rosas
dulces pétalos transitorios:
son hermosura perturbada
por un juego mucho más hondo.
Las rosas cambian de sentido
después de haber visto tus ojos.
Y el aire, el aire que se lleva
en hoja seca mis palabras,
ya me parece que está lleno
de eternidad como tu alma.
El árbol alzaba en la infancia
su verde salmo hacia los cielos.
La tierra formaba sus hojas
para el sombrío de los sueños.
Hoy lo amo porque su fruto
me sabe a labio verdadero
y porque el musgo de su tronco,
lleva mi mano a tu recuerdo.
Antes me eran los luceros
el país de los sueños blancos.
Desde ellos bajaba la luz
sencillamente, como el llanto.
Hoy tan sólo me son tus ojos:
tus ojos, sí, tus ojos claros.
Yo sólo puedo ver los ríos
a tu imagen y semejanza.
Confuso en valles y colinas
es tu cuerpo al mar el que baja.
Y tu pecho, también de río,
en onda doble se levanta.
¿Cómo eran antes los días?
Tendida de oriente a occidente
estaba la luz sobre el tiempo
como una doncella en la nieve.
Las miradas se entrecruzaban
en su milagro transparente
y las palomas en sus alas
traían la forma de su frente.
Ahora la luz eres tú
y dulcemente me iluminas
cuando juntando mis rumores
voy formando mi poesía.
Y cuando voy entre la sombra
buscando memorias perdidas,
tú me das en honda mirada
lo que el azul me negaría.
Y qué tan fácil se hace el mundo,
y qué tan claros son los días.
II
Yo te amo porque eres niña
Y eres tan leve como el viento,
para el amor tiene tu alma
la altura justa del lucero.
La marea de la ternura
sube en la playa de los sueños;
a su rumor yo me abandono
amor mío, como a tus besos.
Para estar más juntos aun
la misma estrella miraremos.
La espina alerta entre las rosas
nada podrá contra los sueños.
Posa tus manos en mis manos,
junto al mío deja tu cuerpo.
Para dar paso a la alborada
comienzan a abrirse los cielos.
III
Hay dulces palabras que llegan
hasta el fondo del corazón
pero tan sólo entre las tuyas
está el milagro del amor.
Y tantos ojos que nos miran
entre cerrados al besar
y tantas bocas que nos juran
que otras bocas no besarán.
Y manos hay que sostendrían
una nube contra el azul,
pero las tuyas son tan leves
que en ellas reposa la luz.
A mis preguntas amorosas
cuando no te podía ver,
el cielo con tanto lucero
nunca me pudo responder.
Tu dulzura es una manera
de acompañar mi soledad.
Con la mirada me rodeas
como la fragancia al rosal.
Encontrar que tus ojos miran
al hondo valle en que nací
y que tu boca me sonríe
cuando yo iba a sonreír.
Y ver mi infancia repetida
en el cielo de tu niñez:
la misma tarde junto al río
y la misma luna después.
Como vimos los mismos árboles,
la misma, la misma flor,
cuando tú sueñas a mi lado
me parece que sueño yo.
IV
El amor es decir que te amo
y mirarte, y volverte a mirar.
Buscar en mi alma estos versos
para tener en qué llorar.
El amor es decir que eres bella
como la estrella, y volverlo a decir.
Es decir que la muerte no
podrá separarme de ti.
Ambos tenemos veinte años
contados canción a canción
porque cantamos repartidos
en corazón y en oración:
recordad que el amor nos llega
con las lágrimas. Recordad
que este tiempo será llamado
el divino tiempo de amar.
Para los dos no existe el tiempo
que alcanzaba para sembrar
y recoger. Para los dos
sólo existe el tiempo de amar.
Porque he mirado tu hermosura
ya sé cómo es mi corazón.
En silencio besas la Tosa
y el cielo sube por mi voz.
Y me parece que el lucero
es más azul, más claro y más
cercano a nosotros ahora
que tenemos el don de llorar.
Y me parece que la muerte
nunca vendrá, nunca vendrá,
porque tenemos en las manos
oprimida la eternidad.
Destino
Recibí de los dioses,
por única tarea,
reunir los fragmentos
dispersos de una estrella.
Los he ido encontrando
regados en la tierra
y yo los reconozco
como a la primavera.
Bajo la luz del sol
su sombra no proyectan
siendo luz ellos mismos
sin mancha de tiniebla.
Siempre los recibí
solo de manos buenas,
de viejos campesinos
de mirada serena.
De mujeres que habían
trabajado en las eras,
hundido la semilla,
gozado la cosecha.
De niños que salieron
pálidos de la guerra
y que solo anhelaban
elevar sus cometas.
De leñadores rudos
que, como la madera,
dejaron en el bosque
la infancia entre la niebla.
Me alargaban las manos,
sencilla y doble ofrenda,
y en ellas recibía
fragmentos de mi estrella.
Para tenerlos juntos
yo recorrí la tierra
y embellecí mi cerro
con claridades nuevas.
Desde el valle se notan
resplandores de hoguera
que libran de la sombra
la casa del poeta.
Aprendí el dulce oficio
de convivir con ella:
soledad luminosa,
estelar experiencia.
Todo mi ser limita
con la luz de una estrella
que me rodea ingrávida
como una madre aérea.
Hablo del olor de la Amada
Me gusta tu olor a penumbra,
a madera puesta a secar,
hueles al reposo del viento
en lo más hondo de un pinar.
Hueles a fogata distante,
la que en la niñez encendí
y aún me aroma la memoria
como el recuerdo de un jardín.
Hueles a secreto de bosque,
el que nadie descubrirá
porque está cubierto de musgo
que es el silencio vegetal.
Hueles a todo lo que amo,
lo que tengo y lo que tendré,
hueles al color de la aurora
y al calor del atardecer.
Cuando te ciño con mis brazos
me parece que aprieto el mar,
hueles al yodo de la Ilíada,
amarte es como navegar.
Es vivir en el borde al lado
de la luz y la oscuridad,
sumar los aromas azules
de las montañas y del mar.
Os habla el Dueño del Silencio
Yo soy el dueño del silencio.
Me lo legaron los abuelos
y lo recibí de mi padre:
era su tesoro secreto.
Por su manera de callar
supe que eran hombres buenos
y sencillos como el arroyo
que descendía de los cerros.
Ellos callaban como calla
interminable, el firmamento.
Como la noche, eran profundos
y se llenaban de luceros.
Aprendí a leer en sus ojos
lo permanente y pasajero
y me di cuenta que eran ríos
porque diluían el cielo.
Crecí regado por sus manos
como samán o como almendro:
a veces me dobla las ramas
tanta belleza que sostengo.
Con el silencio recibí
cien palabras dichas en verso,
y este es mi ritmo natural,
os hablo como hablaban ellos.
Adonde vaya me rodea
la concavidad del silencio.
Hasta el rumor del mar se acaba
cuando lo miro desde lejos.
Cuando paso se calla el bosque
con un verde y hondo silencio
y cuando planto una semilla
es el silencio lo que siembro.
Cuando termino de cantar
oigo el vacío del misterio:
es la nada terrible y honda
la que se aprieta entre mi pecho.
Para Vencer la Soledad
Para vencer la soledad
es necesario que el silencio
sea tan hondo, que podamos
oír si nos llama un lucero.
Para vencer la soledad
es necesario que la lluvia
nos humedezca las raíces
enterradas de la ternura.
Es necesario que la niebla
que nos separa de la infancia
sea rota por el tañido
crepuscular de una campana.
Para vencer la soledad
es necesario que la noche
no nos quepa en el corazón
y se nos riegue por sus bordes.
Para vencer la soledad
es necesario que tú vuelvas
para leer entre tus manos
el destino de las estrellas.
Si tú me lo Preguntas
Si tú me lo preguntas
te diré que fue el viento.
Todo lo que yo sé
me viene del misterio.
Enigma que en el aire
confuso de los sueños
se hizo raya en mi mano
y a mis pies fue sendero.
Yo soy el que camina
por el bosque secreto.
Desde la otra orilla
alumbrado regreso.
Y soy tan solo un hombre
frente al espacio inmenso
que oye el oleaje
de otro abismo en su pecho.
Cuando callo es que el mar
también está en silencio.
Germinación
En este lado de la vida
las hojas caen lentamente
porque en el árbol recibieron
preparación para la muerte.
En este lado de los sueños
la lluvia cae dulcemente
y alarga el tiempo en cada gota
como esperando que regrese.
En este lado de la sombra
oigo una música muy leve
que también baja hacia el silencio
por el declive de la muerte.
En este lado del olvido
una campana le disuelve
y de la mano de la niebla
en el bosque desaparece.
Pero al otro lado se oye
que germinan hondas simientes
y que en la alta noche se cruza
lo que nace con lo que muere.
Lo que canta con lo que calla
lo que se va con lo que viene.
Final
De vida y muerte, amor,
todos estamos hechos
así como la música
de sonido y silencio.
De mentira y verdad
así como los sueños,
de lágrima y sonrisa
en oleaje alterno.
De luz y sombra somos,
nos vamos repitiendo,
somos días y noches
efímeros y eternos.
Y como el agua somos
de la tierra y el cielo
y como el aire, amor,
unidos y dispersos.
Futuro
No quedará de mi ceniza
sino estos versos que me duelen
pero que mañana serán
de los que saben del amor
acompañantes permanentes.
Árboles hay que se renuevan
y otros que aroman largamente
después de haber sido talados
y que no mueren con la muerte.
Poema de la Muerte
Hace ya tanto tiempo que no pienso en la muerte,
desde el hondo momento en que besé tus manos,
que olvidé por completo que yo seré alimento
de los árboles verdes en que anidan los pájaros.
Tanto tiempo que sufro por un beso indeciso,
por una margarita con un pétalo menos,
que he olvidado la ruda verdad de que yo existo
para volver al fondo terrible del misterio.
El amor me redujo a la melancolía
como el cielo, en la tarde, se reduce al lucero,
y me dio de la muerte una visión borrosa
que llegaba y se iba como todos los sueños.
Pero hoy siento la muerte arraigada en mi alma
con su símbolo duro de cal y de silencio,
que ya puedo decirle al hombre desolado:
hermano, compartamos la harina y el misterio.
La rosa se me entrega por razón de hermosura,
porque sabe que yo cantando la devuelvo
perfecta en su fragancia, bella por fugitiva,
al poema que cambia eternidad por pétalos.
De la mujer que amé, Dios mío, sólo queda
ceniza en la memoria, hoja seca en el viento,
y esa melancolía que nace con la tarde
cuando mi corazón insiste en el lucero.
En sus manos tomaban todas las cosas puras
redondez bondadosa de pan o corazón.
Era, como los árboles, de la tierra y del cielo,
y yo la amé, la amé con el más grande amor.
Así como este amor tan puro ya no existe,
entregaré a la tierra todo lo que yo tengo.
Mis versos ya no pueden contenerme en las lágrimas.
Como agua bajo tierra me socava el misterio.
Quiero dar testimonio de la bondad humilde
de la tierra, que acoge el niño y el cordero
con fiel sabiduría de madre igualadora.
Además los poetas bajo la tierra ardemos.
Quiero que me posea la tierra para siempre.
Entregarme a los grandes fantasmas de los sueños.
Que se reparta mi corazón entre la savia,
que se sequen las hojas y se las lleve el viento.
Elegía a León de Greiff
Era el señor de las palabras.
Sabía todos sus sentidos.
Las miraba contra la luz
como a las hojas del estío.
Las lanzaba contra la noche
y conocía su destino
porque volvían a sus manos
humedecidas de infinito.
Era hosco porque era tierno,
porque así es el pan de trigo,
duro y quemado en la corteza,
en las entrañas blando y tibio.
En la vejez se parecía
a Booz en el sueño bíblico:
en él comenzaba la vida
interminable como un río.
Nadie fue más sabio que él
en el amor y en el olvido,
en la hoguera y en la ceniza
que guarda carbón encendido.
Vivió exaltado en el silencio
semejante al añoso vino,
purificando esencias rojas,
siendo él mismo lagar y filtro.
No sabemos adónde fue
ni sabemos de dónde vino.
Llegó del fondo del misterio
y en el misterio se deshizo.
Era del mar y de la estepa,
Ulises hondo de sí mismo.
En su vieja pipa quemó
tedio de todos los caminos.
Halló en la música más alta
la explicación de su destino
y hacia allá lo vimos partir
sin más bien que su propio ritmo.
Nos dejó todas sus palabras
y murió revelando el mito
guárdelo Apolo en sus altares
con Luís de Góngora y Darío.