La Poesía de José Ricardo Leiva Llerena
Mamá Teresa
Ab imo pectore…
Dulce matriarcal anciana
más fuerte que el mismo acero,
dicen que tus ojos eran
hechos de rosas y fuego,
que al mirarlos se calmaban
las tormentas del océano
y que al corazón más duro
lo volvías manso y tierno…
Que tus labios eran como
bálsamo risueño y terso
y que de ellos escapaban
-¡oh, manantial incansable!-
las palabras de consuelo,
los cánticos de alabanza,
las oraciones más puras,
las palabras más exactas…
Dicen también que tus manos,
límpidas y generosas,
nunca se quedaban quietas:
siempre estaban bendiciendo
con autoridad del cielo…
o bien cumpliendo faenas
o acariciando, oportunas,
a quien buscaba remedio
en tu regazo magnánimo.
Eras violeta, eras roble,
eras gentil armonía,
madre de poetas eras
y -entre ellos- eras poesía.
Tu recio porte de reina,
con humildad adornado,
paseabas serenamente
por las queridas veredas
de El Mameyal, tus dominios
donde el amor anidaba.
Más un día, luengo día,
se marchó tu soberano
para siempre, para siempre…
como sol en el ocaso
sin alba que lo despierte…
y ese fue sólo el comienzo
de tu cadena de lágrimas,
que pronto también se fueron
dos de los frutos de tu árbol.
Árbol triste… árbol fuerte…
que abatido por los truenos
y los vientos y los rayos,
no dejó que tempestades
lo arrancaran de su páramo,
y es que había frutos buenos
pendientes aún de sus ramas,
y aquellos frutos confiaban
en fortaleza titánica!
La savia más bienhechora
de tus venas colombianas
poco a poco fue sanando
las heridas y desgarres;
en el árbol ya apuraba
la primavera de pájaros…
Y así eterna, como el fénix,
como cóndor de los Andes,
tus trenzas negras, brillantes,
alzaste –¡columnas líticas!–
para sostener el mundo
que se derrumbaba en Cali.
¡Qué fuerza más formidable
en esa estructura frágil!
¡Qué voluntad tan granítica
en ese delgado talle!
¡Qué amor inconmensurable
en ese lirio del Valle!
Matriarca de ayer y ahora,
dulce madre del mañana,
si algunos te han olvidado
no has muerto nunca en mi alma!
Y aunque la vida no quiso
juntarnos un solo instante
–pues que cumpliste tu siglo
cuando el mío comenzaba–
te he llevado en relicario
siempre viva, siempre alerta,
siempre amorosa y despierta…
Como orquídea perfumada
te imaginé tantas veces,
y otras veces como estrella,
no por lejana distante…
como río, como canto,
como nave te he pensado
y he sentido que en mi sangre
algo tuyo va fluyendo
lentamente y sin descanso,
será porque estás conmigo
continuando, continuando…
Cuando tu Francisco Antonio
partió lleno de esperanzas
a tierras salvadoreñas
ibas con él y Mateo
como una extensión viajera
a plantar también tu tienda
en trópico sin fronteras.
La simiente de Francisco,
fiel y honesta, pudo darse
saludable y cariñosa
en esa latitud nueva
(menos álgida que aquella
otra latitud sureña…).
De esa simiente provengo
y es por eso que te llevo
tan adherida a mi pecho,
y es por eso que al lanzarme
al continente más viejo,
a la isla más distante,
al extremo más lejano
de este mundo tan pequeño,
es por eso, dulce abuela, que
te he traído conmigo
a la placidez de Australia
a quedarte para siempre
sin arrancarte de Cali.
Dedicado a Teresa Herrera, mi tatarabuela.
Melbourne, 1997.
Minotauro
Hoy me siento
como uno de esos minotauros de Picasso:
puro y lascivo como un santo,
y con la mirada de María Teresa encima…
San Salvador, 1964
No, Mi Amor…
No, mi amor, no estoy triste,
¿cómo podría estarlo si bien sabes
que la presencia tuya es mi alegría?…
Estoy furioso por distinta causa
rayana en la impotencia que me embarga
y estas manos atadas que no logran
servir a nuestro pueblo, que por pausas,
va muriéndose de hambre e injusticia.
Me duelen, cielo, los niños de mi tierra
y los niños del mundo que se apagan
como estrellas fugaces, coro o cirios raquíticos,
como efímeros pétalos de rosa,
como espuma de mar abandonada
en playas insensibles…
No, mi amor, no estoy triste:
estoy furioso,
pasmado,
¡atónito!
Melbourne, 2002.
¿Hola y Adiós?
Hola, Doña Poesía.
En vano trato de encontrar sentido
a tu existencia…
Amén del desahogo de unos versos
que sólo sirven un segundo
ínfimo, todo se pierde.
Cuando escucho a Beethoven
alzo el volumen y me encierro a solas
porque Beethoven en voz baja fuera
como encender petardos sin que estallen;
sin embargo su Sexta vibra y vive. . .
Pero tú,
visita extraña que a mi puerta llegas,
¿cómo puedo encerrarte sin que escapes?
¿cómo puedo arrancarte
la intención del poeta?
¿qué sé yo lo que quiso su momento?
Y mi momento…
¿quién puede presentido?
Pero ya ves,
estoy aquí diciéndote
lo que seguramente ya te han dicho
hasta la hartura.
¿Por qué has llegado tarde?
Recuerdo tus visitas esporádicas
de aquellos tiempos juveniles míos…
Ahora regresas
cuando no estoy solo
y sin permiso te acomodas, cínica,
en mi rincón sagrado.
Demuéstrame tu magia si la tienes,
conmueve mis sentidos;
despiértala, si existe, semilla en mi granero.
De lo contrario vete,
doña ilusa Poesía.
Melbourne, 2002
La Cruz del Sur
Noche oscura y perfecta
sin luces que te anulen,
gracias por regalarme
con esta cruz del Sur
que entre eucaliptos gráciles
despliega su diagrama
recordándome, impávida,
la cruz de Cuscatlán.
Lejos está la patria
pero tan cerca vive
que al respirar el aire
de esta tierra feliz
se cuelan las aromas
del sudor campesino
condensado en el barro
del hambriento comal.
En estas latitudes
la calma es infinita,
se vive la anestesia
del Pacífico Sur,
por eso es que la raza
cuando susurra grita
en estas noches tibias
de destierro febril.
Melbourne, 2002.
*La Cruz del Sur es una constelación que sólo puede verse en el hemisferio sur del planeta. Otro de los nombres de Australia –en latín– es “Terra Felix”.
Sólo Pensaba
Sólo pensaba, vida mía,
en la otra vida que me duele tanto…
aquella que despierta sudorosa
para desayunar mesas vacías
y que, con suerte, cuando puede espera
la abigarrada lata de sardinas
que le lleva al trabajo:
su pan vencido
de un día sí y un día no.
Nuestra mesa es frugal
sólo porque lo exige la salud,
mas nunca faltan la leche y el cereal
ni el aromático café
que en rito degustamos…
allá el “producto nacional”
calma el hambre y la sed.
¿Ves, vida mía, por qué callo ahora?..
Melbourne, 2002.
Electroshock Trebolino
I
Me recogí a la sombra de los tréboles
y caminé sobre las copas verdes
de los árboles tristes.
En recorrido zigzagueante anduve
hasta encontrarme con la hormiga albina
del almendro de río.
¡Loco intento aquel mío, desvarío,
por empinarme y alcanzar el cielo
que me queda muy alto!
La sencillez a veces no conviene
para atrapar un trozo del vacío
que ocupa el universo.
Un celaje dorado, repentino,
me atravesó los párpados caídos
inundando mis sienes.
Desde ese día pude, para siempre,
mirarle al sol la cara frente a frente
sin arrugar los ojos.
Se fue el temor huyendo de mi casa
y me dejó despierta la esperanza,
sonámbula y gozosa.
Ya no puedo sufrir aunque quisiera
y sin querer amar amo la vida
aunque la vida mate.
Asfixia Trebolina
II
Me recogí a la sombra de los tréboles
y caminé sobre las copas musgo
de los árboles negros.
En recorrido de vértigo no pude
evitar la inconsciencia de mi huida
y respiré las nubes.
¡Loco intento aquel mío, desvarío,
por volverme tritón en esa Atlántida
que profunda me traga!
La inocencia no es buena en estos casos
para entender misterios imposibles
que duermen en el agua.
Una fuerte tormenta, sorpresiva,
cayó dentro del alma
invadiendo mis bienes.
Desde esa noche me volví un anfibio
re cobrador de anillos nibelungos
sin agachar mi frente.
Se fue el horror huyendo de mi lado
dejando intacta la entereza mía,
un poco lastimada.
Ya no puedo temer aunque tratara,
y hasta el diablo se espanta cuando paso,
aunque yo sea el mismo.
Melbourne, 2002.
*Nota del autor: Para entender estos poemas gemelos, es preciso recordar que por la década de 1980, por una cortesía de oscuros escuadrones que operaban en El Salvador, fui objeto de tortura.
I.- Amperaje en mi nobilidad y otros recovecos anatómicos; y II.- Lavado de cabeza (misión imposible) con inmersión sostenida y cíclica.
Mi Caja de Pandora
Pensé que había conseguido, ¡por fin!,
sellar con hermetismo, y para siempre,
la caja misteriosa de Pandora,
mas no sabía que al ponerle llave,
por un ojo minúsculo, invisible,
escaparon algunas sanguijuelas…
Maribymong, 2002.
Soledad Amiga
Soledad amiga, ¡cuánto tiempo sin verte!
No has cambiado, no envejeces,
tu sabia serenidad te ha conservado
dulce, bella, dignísima como antes…
¡Que me alegra estar un rato en tus dominios
que antes fueran mis rincones y jardines!
Voy de paso solamente, y es que vine
a recordar nuestro amor adolescente,
un amor puro, un imposible: siempre
entregaste tu don al ser más solitario,
¡y eran tantos esperando en fila!…
Sin embargo nos quisimos locamente…
No te olvido, siempre fuiste generosa,
respetaste mi silencio y permitiste
que apoyara mi cabeza en tu regazo
cuantas veces yo lo quise…
Ya me marcho, noble amiga,
porque escucho los llamados a tu puerta:
¡son legiones las que esperan a que abras!
lástima que no comprendan ni valoren
las delicias que tú guardas,
a casi todos espanta la maravillosa calma
que en tu reino se respira, más te buscan
sin entender lo que quieren…
Voy a volver otro día que no sea de demanda;
parto ahora a mi castillo, satisfecho
por verte tan saludable, a reunirme con mi amada.
¡Despídeme con un beso, mi vieja amiga del alma
Maribymong, 2002.
De Claudia Lars y Hormigueros…
A Claudia eterna
Cuando yo era niño tenía una amiga especial: Claudia Lars.
Una vez me contó que cuando tenía mi edad
en su inocencia infantil su juego favorito era
buscar cualquier hormiguero para orinarse sobre él,
¡niña cruel!, un día quise jugar su juego también.
Como no encontré hormiguero se me ocurrió que el panal
en el murito de hiedra sería mi blanco ideal.
Al techo me encaramé donde estratégicamente
podía apuntar tranquilo sin temer un contrataque…
mas tan pronto las abejas sintieron la inundación
hubo alboroto letal y una abeja obrera lince
se lanzó sin compasión ensartando su aguijón
en mi pequeña arma expuesta;
con un dolor indecible bajé de un solo golpe gritando;
ahí comencé a aprender una lección muy valiosa:
al atacar sin razón hay que sufrir consecuencias.
Melbourne, 2002
*Claudia Lars (Cannen Brannon), poetisa más conocida de El Salvador.
Los Tres Poderes
I
El poder mal entendido
se rodea de cancerberos
y se encierra en su guarida
esperando la noche
para apuñalear espaldas
y saquear las arcas.
II
El poder limpio
tiene su nido en la cima
–y a la vista del cielo y de la tierra–
se yergue desnudo y colosal,
sin nada que esconder
en su inocencia pura.
III
El poder del hombre
es como un puente,
como una transición desesperante
que no termina de alcanzar
el justo medio:
está más cerca del primero aun.
Pero avanza… lentamente avanza,
Hay esperanzas…
las hay…
Sí.
Melbourne, 2002.
Y Eso Basta
No es cuestión de derechas o de izquierdas
ni de arribas ni de abajos ni de adentros o de afueras,
es asunto de conciencia,
de humanismo, de paciencia,
de entender que en el planeta que habitamos
se ha quebrado el equilibrio,
que las leyes que inventamos
se acomodan y se doblan sin arbitrio
porque impera en los humanos todavía
el instinto de la selva.
Mientras haya: en mi mesa los manjares que apetezco,
¿qué me importa que en Somalia
mis “hermanos” esqueletos se paseen como zombis?
Mientras tenga lo que quiero
–¡es legal esta tenencia!–
¿qué importancia puedo darle
a la destrucción del bosque y de la atmósfera?
Estoy ciego porque quiero,
y eso basta…
Melbourne, 2002
Mujer
Mujer,
pináculo de la creación:
¡puedes ser fruto y flor!
Con una sola mirada,
con una sola sonrisa
apenas bosquejada…
puedes herir a muerte
al guerrero valiente
que a tus pies se transforma
en un esclavo manso.
Mujer,
pináculo de la creación:
¡bendita seas!
¡maldita seas!
pero jamás dejes de ser…
Melbourne, 2002