la mirada divagante con que observaba la luna
I
este cuerpo,
definitivamente no es mío.
II
es mío en la medida que me despierto en él,
y lo llevo trastabillando al baño,
dejando que el agua tibia y mi jabón cítrico
desodoricen su liviana piel.
lo seco siempre con tacto y con esmero.
III
lo miro invariablemente,
parado y discreto frente al espejo,
piel curtida por el sol,
pelo encanecido, brazos antropoides,
grasa insulsa acomodada en su cintura,
exiguo miembro vacilante,
muslos firmes, rodillas endebles.
IV
le estoy agradecido.
llevo cincuenta años coleccionando sus retratos,
aguantando la pérdida constante de células,
uñas, cabellos, pestañas y dientes,
cada día lo nutro,
mido calorías, proteínas y ácidos grasos,
chequeo la delicada química de su sangre lenta,
la próstata, los lunares, las vértebras lumbares.
exijo de sus piernas largos trayectos
para que su corazón acelere la marcha,
y los poros obstruidos se abran y se limpien
y el sudor vivencial se riegue en la tierra.
V
ha sido un cuerpo dócil,
lo sé, lo admito.
tuve conciencia de él muy temprano,
cuando busqué ser heroico,
grácil,
atlético,
fornido,
y decaí prontamente en mis estériles esfuerzos.
VI
el órgano hepático nació débil
heredando cromosomas milenarios
y lo alejé de la ingestión rutinaria
de carnales mamíferos;
lo alejé yo, me alejó él
nos alejamos uno y el otro
de la muerte cruel,
de bebidas extasiantes,
del humo que asfixia,
de las impurezas del camino.
me atrevo a mirarlo de frente
y en sus ojos lo miro y me mira,
sondeamos por instantes nuestro desatinado destino.
VII
encontré su suavidad latente
una larga noche sobre un tapete blanco
donde una mano cálida estimuló su piel amanecida,
y descubrí que dos cuerpos podían vibrar sin límites,
al unísono,
y allí le hice mi primera – íntima y profunda – deferencia.
lo he acercado a otros cuerpos
en estancias que se ha ido llevando el tiempo,
y la memoria de su paso por su piel se ha ido enraizando
hasta las más profundas capas
de nuestros íntimos lazos compartidos.
en varios instantes inconexos
he alcanzado a ser uno con él,
y él conmigo.
VIII
últimamente me pide más cuidado.
me detiene con frecuencia.
lo ha ido cansando mi paso apresurado.
censuro que su deslucida figura influencie los pensamientos
que divagan entre sus neuronas discordantes,
repruebo que el poco sueño que le doy
coarte mis esfuerzos acorralando palabras evasivas.
pero debo aceptar sus designios:
observar cómo se va secando,
cómo acumula minerales en huesos y articulaciones,
cómo le aparecen sutiles manchas en su fruncida superficie,
como los transeúntes dejan pasar su sombra,
con aprecio.
IX
antes de mi marcha definitiva,
debo decidir qué hacer con él,
si dejo que regrese libre a la tierra
digerido por miles de organismos que se nutran de su esencia,
o lo vuelvo polvo ceniciento,
para que regrese
– insubordinado y disperso –
al inédito mundo de un océano ecuatorial.
X
me liberaré de él
– se liberará él de mi –
una mañana luminosa,
un tarde taciturna,
o una noche bajo las estrellas.
desconozco si me acordaré de él,
de cómo fueron sus ojos
y su mirada divagante con que observaba la luna,
tal vez no me quedarán recuerdos de él
cuando me dispense de sus ataduras,
tal vez no me acordaré de nada
porque fui solamente él
y regresé con él a la nada.