evidencias irrefutables de mi velada pluralidad
preludio
me extravío entre los intensos actores
que me coexisten.
este constante tránsito de individualidades,
sin orden de aparición definido,
– me confunde, me acorrala –
hay siluetas que plagian mis pasos,
que imitan mi voz y el susurro de mis pisadas.
soy y no soy
y pocas veces soy todos,
soy y no soy
y cada vez más no soy ninguno.
I
una caja de música repica
una imperceptible melodía…
un niño juega a escondidas entre mis huesos,
se desliza por mis músculos
burlándose de mis propósitos más serios,
blandiendo sables luminosos entre monjes y quiméricos,
desordenando mis versos,
escondiéndome gafas, lápices, instrumentos,
haciendo juegos de palabras entre mis dos hemisferios.
II
la marcha triunfal de aída
irrumpe altiva…
un guerrero diminuto
escala sigiloso mi atrincherada espina dorsal,
asaltando implacable la serenidad de mi tálamo desprotegido,
dejando que la rabia transite sobre mi corteza almidonada
y en la penumbra de la noche
destruye las estatuas
de venerados héroes sangrientos,
camina desnudo
por los campos de batalla,
recogiendo cuerpos mutilados y corazones amputados.
pinta grafitis
sobre los tanques y carabinas,
que desfilan por las calles grises donde transcurre mi vida.
III
un acordeón se escucha
desde la calle desierta…
un anciano milimétrico
abandonó mis ojos soñolientos,
internándose despacio sobre un nervio craneal desprevenido
y desde mi protegida glándula pineal
le encuentra sentido a mi existencia,
se ríe de mis mentiras más triviales,
se mofa de las máscaras y mis papeles improvisados,
y entrega piropos a las niñas como esparciendo pétalos al viento,
y salta inocentes rayuelas, olvidadas sobre el cemento.
IV
un lejano rumor de cantos gregorianos
se escucha por los corredores…
un misionero imperturbable
medita quietamente sobre mi clavícula suspendida
y se adentra silencioso sobre mi hipotálamo adormecido
dejando un sutil halo de incienso
en las habitaciones que visita.
caminante empedernido,
soñador alucinado,
penetra encubierto a los templos a prender cirios,
reza calladamente por los débiles y oprimidos
y se armoniza con las estrellas
cuando la luna se esconde
en la sombra de mi planeta.
V
sólo se percibe el viento
sobre las hojas…
un ecologista elemental
habita incógnito entre mis costillas
cuidando el paso del viento por mis árboles bronquiales
y en mi corteza cerebral
repara fibras musgosas y trepadoras,
protege mis entrañas,
recoge lechugas, cosecha berenjenas,
salva cerdos y terneros de las humanas torturas,
se encadena a los árboles para salvar su destino,
y cuida platiceros milenarios
en las orillas protegidas de mi reducido jardín.
VI
se oye la melodía imaginaria
de un violinista en el tejado…
un recopilador de esperanzas
aparece continuamente entre mis dedos,
en mis oídos, bajo mis párpados caídos,
en mis hipocampos recoge palabras,
memorias,
recuerdos,
y los acumula ilusionado
soñando con la simple cabaña,
la sencilla mesa,
una resma de papel intacto
esperándolo anhelante en todas mis mañanas.
VII
retirada
me perturba mi desmedida pluralidad.
hay madrugadas en que uno tras otro me asalta,
arremeten insatisfechos,
– indignados y delirantes –
enumerando cientos de quehaceres
y debo rogarles arrinconado,
una tregua irrisoria que me permita salir a la calle
a conseguir el pan,
el agua el sustento,
la vida material que nos sostiene
y nos da techo y alimento.
VIII
esta coexistencia inclemente
me desequilibra.